No es que no vuelva porque me he olvidado
de tu olor a tomillo y a cocina.
De lejos, dicen, que se ve más claro,
que no es igual quien anda y quien camina.
Y supe que el amor tiene ojos verdes,
que cuatro palos tiene la baraja,
que nunca vuelve aquello que se pierde
y la marea sube y luego baja.
Supe que lo sencillo no es lo necio,
que no hay que confundir valor y precio,
y un manjar puede ser cualquier bocado.
Si el horizonte es luz y el rumbo un beso,
no es que no vuelva porque me he olvidado:
es que perdí el camino de regreso.
(Texto: Soneto a mamá, de Joan Manuel Serrat. Foto: "Llegando". Tomada en noviembre del 2009, cerca de la biblioteca de Dique Luján, Tigre. )
Hola Florencia!
ResponderEliminarLinda idea y quehacer!
Desde que te fuiste a otro lado,
anda el río sin rumbo y sin beso;
piensa quizás lo hayas olvidado.
Te hizo un puente para tu regreso.
Oscar.
Hola Florencia!
ResponderEliminar1º) No sé qué posibilidad “tecno-informática” puedas tener o conseguir para que la FOTO de la “Portada” con el Título “EL MAL DEL SAUCE” –si ha de mantenerse-, quede en eso, y no confundida con el Primer Post en torno a Héctor Tizón.
2º) En efecto, la Foto tomada desde el “puente peatonal” en su ribera Norte (Dique Luján-Tigre) muestra el Canal Benito Villanueva y, hacia la izquierda, el Canal García, en cuya esquina de enfrente hubo funcionado la importante Fábrica de Sogas.
Bien a la vista está el muelle, por el que diariamente este pueblito realizaba su sístole y diástole -bombeo irrigador de ese otro río fundamental y fluyente por las venas de la vida corporal y económica.
3º) Tres son –hasta ahora- las historias escritas en torno a la “Ciudad del Delta” (Dique Luján – Villa La Ñata).
Copio de inmediato lo escrito casero-familiarmente en 1990 por un vecino –Raúl Andresson-, a instancias de un pedido escolar de sus nietas.
El relato en torno al inicio de la Fabrica de Sogas dice así:
(sigue)
“Don Benito fue a ver al nuevo presidente que era Marcelo Alvear, que eran amigos. Le contó su proyecto. El Presidente le mandó a un ingeniero, Alejandro Ortúzar, que eran amigos de calaberiadas, para que le diera un impulso al proyecto de la Ciudad del Delta.
ResponderEliminarOrtúzar dijo que si Villanueva le vendiera... Y le vendió 100 hectáreas de campo a plazo, entre el río Luján, canales Villanueva, García y Rioja; y allí don Alejandro se hizo un chalet (que todavía está) sobre el río Luján; al muelle le puso "Isla La Ñata", como se llamaba de sobrenombre, su señora, una alemana viuda o divorciada, con dos chicos, también alemanes, amiga de la señora del Presidente Alvear, doña Regina Pachini de Alvear.
Ortúzar, por consejo de su señora le vendió un lote a otra artista francesa, llamada la señora Pepei. Estas tres señoras eran artistas del teatro Colón. Pero Ortúzar no hizo gran cosa por la Ciudad del Delta .
Ya se había formado una sociedad anónima llamada SAFA, que plantaba formio en el Delta para sacar de esa textil una fibra gruesa y resistente para hilos de atar, sogas de todo tipo, alfombras y demás que no había en el país; se tenían que importar del Brasil o Centro América. Eran una novedad, por eso esa empresa compró quintas grandes, arrendó tierras fiscales en la 2da. y 3ra. Sección del Delta y las plantó con rizomas de formio y sauce en los bordes de las zanjas grandes que hicieron para desaguar los terrenos.
Lo mismo hizo la Plantadora Isleña, que en todas sus quintas plantó un poco de formio, y lo demás de maderas: álamos, sauces y mimbres que había importado Sarmiento desde Italia. El formio lo trajo, no me acuerdo qué Presidente, como adorno primero y para una nueva industria después.
Entre argentinos y extranjeros formaron La SAFA, cuyo director era un catalán, un tal ingeniero Basio, muy entusiasta. Cuando estuvieron de corte bien sazonada ya para ese tiempo, le hablaron a don Benito para conseguir un pedazo de campo para hacer sus oficinas. Villanueva les vendió, sobre el canal Villanueva, canal García y canal Rioja hasta el arroyo Garín, del mismo lado de la quinta La Ñata, donde hicieron una casilla para oficinas.
Don Benito les vendió mucho terreno para que hicieran la desfibración allí, pero le contestaron que para desfibrar el formio había que transportar el 90 por ciento de desperdicio, para sacar un 10 por ciento de fibra; por eso la desfibración la iban a poner en una quinta, para ahorrar el flete. Así hicieron. La pusieron en el Paraná Miní cerca del Guazú y se llamó "La Textil". Ahí hacían la fibra y la llevaban por barco a puerto Brugo, en la provincia de Entre Ríos pasando por la cuidad de Paraná donde tenían la hilandería; después la traían a Buenos Aires para su venta. Como se ve, mucha vuelta para hacer economía mal hecha.
La Textil empezó en el año 1928, más o menos, hasta 1932, que se acabó la hoja de corte de esa quinta; además se perdían muchos días por los “repuntes” del agua en esas tierras bajas. Tuvieron que hacer ranchos y galpones; también era difícil conseguir personal; tenían que traer la hoja en barcos; mucho gasto, entonces resolvieron traer la desfibradora al canal Villanueva. Don Benito se puso contento. Tomaron personal; hijos e hijas de sus quinteros.
En esos años de cambio de gobierno, las cosas iban mejor. En 1935 trajeron la hilandería de puerto de Brugo también al canal Villanueva con sus máquinas y su personal práctico; y para 1940 estaba marchando a pleno. Compraron chatas para el acarreo de las hojas; hicieron galpones, viviendas nuevas; en fin, trabajaban más de 500 personas. Entró la Vapor Unión del Luján hasta la fábrica, que es la misma que funciona ahora (1990).”
Oscar. Qué alegría volver a encontrarlo!!. Como siempre, gracias por los datos que aporta. Haberlo sabido antes hubieramos escrito algo sobre algún ahorcado!! El río podría cobrarse vidas atrapando a los pobladores con la soga que quedaba como desperdicio ... En fin, ...tema nunca falta en este pueblo! Me parece o no le gusta el nombre del blog?
ResponderEliminarHola Florencia!
ResponderEliminar¿Podrías compartirnos la fuente de inspiración, que te condujo al "Mal del Sauce"?
¿Es un "cuento", no?
Espero ...
Oscar.
Mmmmmm. Lo cierto es que la elección fue bastante impulsiva. "El mal del sauce" es una frase que quedó en mi memoria auditiva desde la época del taller en Dique. Después investigué un poco y supe que se llama así al mal que aqueja a ciertas personas que viven cerca de un río ... tiene algo que ver con la siesta, el ocio, el fin ... las circunstancias más propicias para entenderse con un cuento o novela.
ResponderEliminarEL MAL DEL SAUCE -Relato aparecido en Revista “La Isla”-
ResponderEliminarCuenta la historia que había aquí en la Isla una familia, descendiente de nobles guaraníes viviendo en paz y desarrollando algunas tareas propias de la zona: caza, pesca, madera y junco.
Un día acertaron a pasar unos jóvenes provenientes del continente, dispuestos a disfrutar de un día al aire libre.
Sin importarles demasiado el ser vistos se instalaron bajo un sauce justo frente al paraje donde las artesanas tejían sus cestos.
Allí jugaron, pescaron, durmieron la siesta y al anochecer hicieron una fogata y se quedaron a dormir.
Al día siguiente el grupo partió alegremente y el jefe de la familia que los había estado vigilando suspiró aliviado, pues tenía dos hijas solteras que deseaba casar con jóvenes de su tribu y no veía con buenos ojos a estos jovencitos bulliciosos descendientes de europeos rondando por allí.
Pasaron dos días y, al tercero, el hombre pudo observar en la margen opuesta del río a uno de esos jóvenes sentado bajo el mismo sauce.
A la mañana siguiente mientras el muchacho remaba hacia el continente, una columnita de humo se elevaba de la fogata que acababa de apagar.
••••••••••••••••
Una de las hijas se enamoró de la expresión tranquila, ojos mansos y perdidos, del joven.
El padre no pudo sofrenar su zozobra y atravesando el río se dispuso a enfrentar al joven, que trajinaba con listones y clavos, pareciendo dispuesto a armar una cabaña.
El Indio, aunque herido en su orgullo, no pudo menos que inquirir por los motivos de su presencia, hasta que terminó ofreciéndole la mano de su hija, la enamorada, siempre que sus intenciones fueran buenas.
El joven negó con la cabeza y dijo:
- “yo sólo quiero quedarme aquí”- y con una sonrisa bonachona dio por terminada la conversación.
El padre, aún más herido, se retiró pensando que ese muchacho debía querer no a una, sino a todas sus hijas y dando vuelta sobre sí mismo lo cubrió de amenazas.
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El muchacho trabajaba en su cabaña, se sentaba y contemplaba el río, así, día tras día.
Cuando la cabaña estuvo terminada, las niñas cesteras, doblegada su obediencia por la curiosidad, cruzaron el río.
Cuando el padre las descubrió -y cruzó a buscarlas- se trabó en lucha con el joven que apenas se defendió por no comprender en qué disputa estaba metido.
El hombre, furioso, golpeó la cabeza del muchacho con una rama de sauce y lo dejó tendido y sangrando.
De su interior escapó un enano de no más de cinco centímetros que, chillando y corriendo, se metió en el monte, pues el destino de estos seres diminutos es estar siempre escondidos. Sólo pueden salir de noche y meterse en el corazón de la gente para así hacer lo único que les importa, estar bajo un sauce a la orilla del río.
A pesar de que casi no se los ve, a comienzo de la temporada estival, vaya mi consejo para los turistas inexpertos, si no quieren sufrir del mal del sauce, que los traerá a vivir aquí en contra de todo criterio: -“no se sienten debajo de un sauce a contemplar el río, y, sobre todo, estén atentos si sienten que alguien los mira de entre los yuyales; los enanos buscan cuerpos humanos, para poder, dentro de ellos, quedarse sentados bajo un sauce a la orilla del río.
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