Los hombres llegaron temprano. De
noche, todavía. En poco tiempo armaron el desvío en la ruta y empezaron a
arreglar el asfalto que estaba muy roto. Durante quince días los autos que
venían por la ruta tuvieron que entrar al barrio: dos cuadras para adentro, una
a la derecha y otras dos para volver al asfalto. El tercer día empezaron a
pasar cosas. Aunque tal vez pasaran desde antes y solo se descubrían ahora por
este hecho azaroso que era el desvío.
Para el tercer día los habitantes
del barrio ya habían armado los puestos de venta. Un día se vendía chipá y pan
casero bien fresquito, otro día se ofrecían herramientas para parrilla, sillas,
canastos de mimbre y naranjas de la isla. Finalmente: lectura de tarot, huevos
y miel.
Los autos demoraban cada vez más en
hacer el desvío y cuando desaparecían por un lado, nadie podía asegurar cuánto
tardarían en reaparecer del otro.
Un día llegó un patrullero. Dijeron
que estaban buscando a un hombre que había desaparecido de su casa camino al
trabajo, o al revés, no sabían bien. Los oficiales encontraron su auto en el
desvío. Estaba estacionado frente a uno de los pocos baldíos que quedaban en el
barrio, las puertas cerradas y el hombre adentro. Se lo llevaron en una
ambulancia. Dijeron que estaba muy perdido. El hombre se iba tapando los oídos
con las dos manos.
Otro día una adolescente aseguró
haber visto una chica igual a ella que la saludaba desde la ventana de la
casilla en el n 1001 de Garibaldi. Tanto insistió la chica que unos días
después su madre tomó el mismo desvío que la camioneta de escolares tomaba por
la mañana, hizo el desvío y entró al barrio. Al doblar la segunda esquina
encontró el número pintado a mano sobre
una plancha de madera y buscó la ventana. Lo que vió nadie lo supo, pero dicen los
que la conocen que no es la misma desde entonces.
El miércoles de la segunda semana la
vecina de la casa que esta al lado de la remisería se negó a salir a la vereda
como cada tarde desde hacía años. Al día siguiente la encontraron muerta. Se ahorcó,
dicen, con un ovillo de lana.
Hubo a quienes el desvío afectó
mucho. Siete años después, nadie iba a pensar que la elección de una carrera en
la universidad, la respuesta o el rechazo a una vocación, el origen de
cierta fobia o la filiación a un partido, tendría alguna relación con este hecho
tan ordinario. Pero lo cierto es que las cosas siempre empiezan a ocurrir por
algún lado y en el desvío empezaron muchas.
Claro que también hubo gente a la
que el desvío no le cambió nada. Aunque es de creer que todo lo que pasa
siempre cambia algo, por mínimo que sea, como la piedra que se tira al rio y
hace ondas muchos metros más allá, hasta la otra orilla.
Un día los hombres llegaron muy
temprano, de noche todavía, y desarmaron
el desvío. Los autos volvieron a andar por la ruta y ya nadie pensó en todo lo
que pasaba unas cuadras al costado. Pero bastó que pasara un solo auto para que
el asfalto empezara, lentísimamente, a romperse otra vez.

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