El propósito de todo taller de lectura y escritura es leer y producir textos. Los primeros lectores son los compañeros de taller que acompañan el proceso de escritura y reescritura. Después, los textos deben salir y buscar nuevos lectores en una aventura que los redefinirá en cada oportunidad. Acá va la primera valiente: Ana, participante del taller de UDET, en Pacheco, organizado por la municipalidad de Tigre. ¡Que lo disfruten!
AnaAna es energía, fuerza; y sus textos son un espejo de esas características que le son tan propias. Como narradora y poeta, se atreve a imaginar y jugar con las palabras. Propone imágenes fuertes que nos llevan a mundos donde la fantasía y la realidad se cruzan para mostrar nuevos sentidos. Con sensibilidad y sencillez, trae al taller las anécdotas de una vida intensa que sin duda determina la semántica de muchos de sus textos. Tiene una mirada social que rescata lo marginal de lo encauzado, la historia pequeña pero singular.
Aquí, comparte con nosotros dos textos que surgieron en el taller de los jueves. Uno de ellos nos lleva a la infancia, tema siempre presente en sus cuentos y poemas; el otro nos propone una mirada al paisaje local del río, con sus ritmos y sus personajes.
ASI NO ERA
Desde
muy chica tuve la necesidad de resolver mis problemas sin pedir ayuda, no sé
bien por qué. Probablemente, la muerte de mi papá medio año antes había marcado
esa particularidad en mi carácter instalando la premisa por la cual yo no debía
ser un estorbo para mi mamá que ya tenía bastante con mi hermana mayor, tan
frágil y quejosa, tan insoportablemente necesitada de ayuda.
Tendría yo tres años, nada más, y ninguna idea de
futuro. Recuerdo la emoción con que
tomé el vestido brillante,
lleno de encajes, que le habían
regalado a mi muñeca. Ese vestido…, duro al tacto, con
puntillas rasposas, pesado para mis manos por tantos adornos cocidos a la
tafeta marfil...
Supongo que por eso, por arreglármelas sola, ese día, tomé el vestidito
de mis sueños y al descubrir dos enormes arrugas bien delineadas y perfectamente
arqueadas, pensé con tristeza que no se veían bien.
Decidida a resolver mi problema (aún recuerdo esa
primera vez, la de haber tenido una
idea) fui a buscar la tijera.
Filosa, grande, pesada para
mis manos y fría…, la tijera que usaba mi mamá que en ese entonces se ganaba la vida
como modista. Yo apenas llegaba a la mesita de mármol que sostenía la lámpara
y la pecera pequeña (la misma que hoy, bastante más rayada y desencuadrada, sostiene mi teléfono); apoyé sobre el mármol el vestidito y corté suavemente cada una
de las dos arrugas....
Entonces descubrí algunas
verdades al mismo tiempo:
- cómo se sentía la
frustración (emoción
que luego de varios años pudo
tener nombre),
- que así no era
como se resolvía ese problema,
- que hubiese sido mejor pedir ayuda,
- que hay cosas que no tienen
arreglo,
- que yo podía ser muy torpe y muy
tonta,
- que cuando realizamos una acción trae una consecuencia,
- y que las ideas, por más buenas que parezcan, pueden, a veces, traicionarnos.
Seguramente nadie recuerda en casa el hecho, pero
yo jamás pude olvidarlo. Tal vez porque, al comprender mi propia invalidez, la falta reciente de mi papá se hizo más grave, y como llovizna, por siempre,
me invadió su ausencia.

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