El lobo gritó procurando endulzar la voz:
-Tira del cordel y se abrirá el cancel.
Están ahí, siempre. En un cuento, una novela, un poema, una película o una canción. En todo, o en parte. Fiel o reinterpretados. Los clásicos, como los mitos, están en la memoria colectiva y viven cíclicamente en las producciones humanas. En su artículo "Porqué leer los clásicos" (dejo el enlace más abajo), Italo Calvino dice que los clásicos sirven para entender quiénes somos y a dónde hemos llegado. Releerlos nos trae siempre nuevos sentidos y escribir a partir de ellos es un ejercicio que vale la pena intentar. Ahí va un intento.
Consultorio
Javier dibujaba
monigotes en una hoja cuadriculada con algunas letras y números al pie. De
repente el chico anunció sin levantar la vista del papel: – Ahora te dibujo a vos, mami. Y empezó una
nueva secuencia de círculos, rayas y rayitas. –¡ Ahhhh! Javier, pero que ojos
tan grandes que me hiciste. ¿Son para que te mire mejor?, preguntó la madre en
un tono que buscaba la complicidad del resto de los pacientes de la sala.
Javier, concentrado en su dibujo, apretó
el lápiz contra la hoja. –¡Ahhh, Javi!... Y esos brazos taaan largos…, ¿son
para que te abrace mejor?, ¿ no?, preguntó por segunda vez la mujer sin que el
chico contestara. – ¡Ja, ja, ja! Y esa boca, Javi, es hermosa, es para que te dé besos más y más grandes,
admitió, contra el silencio incómodo del hijo. –¡Y esas orejas…,
para escucharte mejor, Javito…, seguro!, dijo todavía. Pero ya hablaba sola.
–Sra de Torcanli
- anunció una voz desde la puerta y la mujer se puso de pie. –Vamos Javito,
pidió. Vamos, vamos. –¡Ahhh!, se detuvo, -¡Te faltaba el ombliguito!
Entonces, yo no hubiera
querido verlo. Porque hasta ese momento había estado tratando de leer un
artículo bastante bueno sobre la obra de Francis Bacon en una
de esas manoseadas revistas de obra social que siempre hay en los consultorios.
Pero lo cierto es que levanté la vista, algo habrá llamado mi atención, y ví
parte del dibujo del chico. Pero la puerta abierta que ahora se tragaba a la
madre y al hijo, había provocado una leve corriente de aire que hizo volar el
dibujo de Javier y lo hizo caer hacia abajo, a mis pies. En un acto automático,
levanté el papel y lo puse otra vez
sobre la mesita que estaba frente al sillón. Entonces lo ví. Del medio del
estómago del monigote que el chico había hecho salía una flecha que explicaba el
sentido de aquello que la madre había interpretado como el ombliguito. En el
vértice de la flecha que señalaba ese minúsculo punto negro se leía en letras
desparejas: MAMA.
http://es.wikisource.org/wiki/Caperucita_Roja_(Perrault)
http://urbinavolant.com/archivos/literat/cal_clas.pdf
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