Lo leo en artículos, notas y ensayos. Lo leo y lo comento (de eso se trata mi trabajo, aunque también lo hago porque sí, porque me gusta) Esto es: leer textos que hablan sobre los beneficios de leer.
Construir otros mundos, vivir otras vidas, entender, conjurar maldiciones. Estas y otras son las propagandas que se hacen de la lectura y la escritura. Y como las creo, las junto y las memorizo.
Cada tanto, sin embargo, tengo la feliz oportunidad de experimentar alguna de ellas en carne propia. Hoy, sin ir más lejos, salía a correr cuando me dí cuenta de que no tenía mi ipod, con audiotextos varios (entre los últimos: algún fragmento de La Divina Comedia, El sentido de la vida, de Víctor Frankl, algunos poemas de Rosario Castellanos, los Articuentos completos de Juan José Millás y algunos relatos de Edgar Alan Poe.)
Los primeros metros se me hicieron largos, desacompasados (tan nítidos y exclusivos) y me cansaron más que otras veces. Por suerte, me acordé de que en el auto tenía mi teléfono y varios auriculares. Alcanzaba con un par, claro, pero la precisión a veces ilustra.
La conexión, a esa hora temprana, era muy buena así que pude acceder sin problemas al sitio del que bajo textos en audio, lecturas o entrevistas.
Entonces, por arte de la literatura, mi marcha se hizo más rítmica, menos consciente y hasta mejor respirada. Y mientras corría, un poco como el lector de "Continuidad de los parques", me fui metiendo en el entierro de Juan, un famoso compositor y ex marido (mi ex marido, porque es claro que me identifiqué con ella) de Nora, una violonchelista que lo recupera en breves fragmentos: Juan en la clínica lleno de agujas, su cuerpo quieto pero todavía latiendo; Juan en el velorio con un bigote que nunca había usado y un crucifijo
tan ajeno, su corazón callado.
El rastro.
Ahora voy por la versión en papel.

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