Me gustan las palabras.
Me gusta su música, su sentido, su silencio, su peso.
Guardo, comparto y a veces escribo textos o ideas que me inspiran.

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sábado, 14 de junio de 2014

Anécdota de final de lectura con La pregunta de mi madre, de Luis Mey.


Me paro frente al portero eléctrico. Hace quince años era modernísismo, ahora no, pero sigue siendo inaccesible para mí. Hay datos numéricos que no puedo sostener (el piso de una de mis mejores amigas -por ejemplo- mi propio teléfono). No me pasa con las palabras, pero los números tienen algo que no puedo sostener. Curioso.

Por suerte, hay un señor de seguridad. Le pregunto a medias por el consultorio de ... Y me dice antes de que pueda terminar: "quinto, ciento veintisiete", por ejemplo. Hace frío y estoy abrigada. Pienso que uno debería tener una especie de uniforme para venir al médico. Como un mameluco con un solo cierre. 

Llevo la cartera colgada del hombro, el celular, las llaves y un libro. Me aseguro de tener el celular: Sí. Al final del pasillo, la puerta del ascensor está abierta. El quinto piso ya está marcado. Me pregunto si el señor que me abrió tendrá un tablero en su escritorio desde donde hacerlo. Raro. 

Llego al consultorio. No tengo que esperar y me da un poco, solo un poco, de lástima. Me quedan cinco o seis páginas para terminar La pregunta de mi madre, de Luis Mey y hubiera sido una buena (y paradójica) oportunidad terminarlo ahí. 

El doctor me hace pasar y se queda un buen rato mirando el libro que apoyo sobre su escritorio, junto con todo lo que llevo afuera de la cartera. Lo mira, da vuelta un poco la cabeza. Pienso que el libro tiene un arte de tapa, ¿se dice así? muy atractivo y me pregunto si mirará los libros de todas las pacientes que llegan a su consultorio. 


A los quince minutos estoy de nuevo en el ascensor. Además de las llaves y todo lo otro, llevo ahora indicaciones para un estudio médico. Bajo y salgo. En la puerta, el guardia me abre. Antes de que pueda salir, me pregunta: 

-¿Sabe cómo termina? .-Tardo un rato en entender. Unos segundos que atraviesan prejuicios y mundos. 

- El libro,-me dice el para ayudarme, tendiéndome un hilo del otro lado del laberinto lector. 

- No. -le digo a la vez aliviada por entender y apurada por hacer que no me suelte el final. Me queda muy poco. 

- Es buenísimo. -suelta él y cierra.



Es sábado. Posponiendo todo, busco el libro y lo termino. El final me parece un guiño a todo lo de ayer. En un mes tengo que volver al médico con los resultados. Sé que cuando lo haga voy a tener que preguntar el número del piso otra vez, pero también voy a poder decir que sí, lo terminé, y cruzar alguna opinión con el señor de seguridad. 

Si es que está. 

2 comentarios:

  1. Me encantó la anécdota, Flor ¿y el libro, te gustó?
    Besotes.

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  2. Gracias Mirella! Es el tercer libro que leo del autor. Las garras del niño inútil, publicado hace unos anos, me impacto mucho. Es eso: literatura de impacto. Este tiene algo de road story, algo de juego, algo de grotesco y algo de ternura. Besos.

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