Me gustan las palabras.
Me gusta su música, su sentido, su silencio, su peso.
Guardo, comparto y a veces escribo textos o ideas que me inspiran.

Coordino talleres de lectura y escritura.
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jueves, 12 de septiembre de 2013

Ejercicio de taller.

Compras

Jabón líquido, crema, leche, pecho, útero (por supuesto) y hasta el corazón que también es una bolsa. “ Póngale doble”, le dijo la cajera, “porque se rompen con el peso”.

 A ella, de chica, le habían hablado del hombre de la bolsa. Habría sido su abuela que siempre contaba esas cosas. Pero ella hubiera necesitado que alguien (no ya la abuela, claro, que había muerto en el 89, cuando ella era todavía una adolescente) sino alguna otra persona: una amiga, una hermana, la madre, alguien que le hubiera contado de nuevo lo del hombre de la bolsa. Así, escuchado ahora, podría haberle servido para entender un poco todo lo que le venía pasando.

Hisopos, vinagre, agua mineral …. Pero claro, la abuela se había muerto, ahora que lo pensaba, precisamente por eso, por el agua  “Derrame pericárdico ” le habían dicho: una enfermedad en la que el corazón se llena de agua. De lágrimas, corrigió  ella ahora, mientras abría otra bolsita que parecía resistirse pegado el plástico de los dos lados.   A la abuela se le había llenado el corazón de lágrimas hasta reventarle. Lo de Raúl, el hijo menor, en Malvinas, la había apagado. Se secó por fuera, el alma retirándose del cuerpo que se llenó de arrugas, el corazón llenándose de agua, pensó. Todo esto, todo  lo pensaba ahora. Pero , ¿cómo no se le había ocurrido antes???  Y bueno, es que eso de leer poesía, le había dicho Mariana, la estaba poniendo más pensativa, más precisa con las palabras.

Ella también había sido como una bolsa. Azúcar, chocolate,  aceite. Pero no de estas bolsitas de mierda de ahora, que dicen: ¿qué necesitás?” y se rompen de nada; sino de las de antes, las fuertes.  Y qué otra había tenido. El padre, que se había ido de la casa, la madre sola, el trabajo. Todo, todo, a llenar la bolsa, su bolsa. Claro que, la única bolsa que no había llenado, no todavía, había sido la que llevaba adentro, bien adentro. Y no es que no lo hubiera querido, pero a medida que pasaban los años era cada vez más difícil. Y ser madre sola, bueno, todavía le costaba pensarlo, un peso muy grande, ese sí.

Terminó de cargar la última bolsa en el chango y metió la lista en la cartera. Si se había olvidado de algo, ya era tarde. Empujó el carro hasta la puerta que se abrió sola. El carro se quedó atrancado entre las baldosas de la vereda rota, pero ella empujó con fuerza y después lo agarró fuerte porque pareció que se iba. “Una ayudita” dijo la mujer que pedía plata a la salida del supermercado. “Una ayudita para la familia”, volvió a decir.


Adriana buscó en su bolsillo y sacó un billete arrugado. Lo estiró.  La mujer estiro la bolsita donde guardaba las monedas. El billete se perdió adentro.

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