Compras
Jabón líquido,
crema, leche, pecho, útero (por supuesto) y hasta el corazón que también es una
bolsa. “ Póngale doble”, le dijo la cajera, “porque se rompen con el peso”.
A ella, de chica, le habían hablado del hombre
de la bolsa. Habría sido su abuela que siempre contaba esas cosas. Pero ella
hubiera necesitado que alguien (no ya la abuela, claro, que había muerto en el
89, cuando ella era todavía una adolescente) sino alguna otra persona: una
amiga, una hermana, la madre, alguien que le hubiera contado de nuevo lo del
hombre de la bolsa. Así, escuchado ahora, podría haberle servido para entender
un poco todo lo que le venía pasando.
Hisopos, vinagre,
agua mineral …. Pero claro, la abuela se había muerto, ahora que lo pensaba,
precisamente por eso, por el agua “Derrame
pericárdico ” le habían dicho: una enfermedad en la que el corazón se llena de
agua. De lágrimas, corrigió ella ahora,
mientras abría otra bolsita que parecía resistirse pegado el plástico de los
dos lados. A la abuela se le había
llenado el corazón de lágrimas hasta reventarle. Lo de Raúl, el hijo menor, en
Malvinas, la había apagado. Se secó por fuera, el alma retirándose del cuerpo
que se llenó de arrugas, el corazón llenándose de agua, pensó. Todo esto, todo lo pensaba ahora. Pero , ¿cómo no se le había
ocurrido antes??? Y bueno, es que eso de
leer poesía, le había dicho Mariana, la estaba poniendo más pensativa, más
precisa con las palabras.
Ella también
había sido como una bolsa. Azúcar, chocolate,
aceite. Pero no de estas bolsitas de mierda de ahora, que dicen: ¿qué
necesitás?” y se rompen de nada; sino de las de antes, las fuertes. Y qué otra había tenido. El padre, que se
había ido de la casa, la madre sola, el trabajo. Todo, todo, a llenar la bolsa,
su bolsa. Claro que, la única bolsa que no había llenado, no todavía, había
sido la que llevaba adentro, bien adentro. Y no es que no lo hubiera querido,
pero a medida que pasaban los años era cada vez más difícil. Y ser madre sola,
bueno, todavía le costaba pensarlo, un peso muy grande, ese sí.
Terminó de cargar
la última bolsa en el chango y metió la lista en la cartera. Si se había
olvidado de algo, ya era tarde. Empujó el carro hasta la puerta que se abrió sola.
El carro se quedó atrancado entre las baldosas de la vereda rota, pero ella
empujó con fuerza y después lo agarró fuerte porque pareció que se iba. “Una
ayudita” dijo la mujer que pedía plata a la salida del supermercado. “Una
ayudita para la familia”, volvió a decir.
Adriana buscó en su bolsillo y sacó un billete
arrugado. Lo estiró. La mujer estiro
la bolsita donde guardaba las monedas. El billete se perdió adentro.

No hay comentarios:
Publicar un comentario