19 de Mayo de 1983. Domingo.
Subo y bajo la antena. Ya empieza el Deporte y el hombre y la imagen es muy mala. La música es la
de siempre y se escucha bien, igual que la voz de Pancho Ibánez presentando a
la mejor gimnasta del mundo: Nadia Comanechi. Ahí está: Nadia corre, apoya las
manos y vuela. Vuela con el cuerpo entero y yo con ella. Mamaaaaa quiero hacer
gimnasia. Rondó, flick-flack. Sin mover un
solo músculo siento cada giro, el vértigo del aire, el impacto contra la
cochoneta en cada caída.
16 de Abril de 1987.
Jueves.
No voy. Mañana no voy. Y tampoco creo que vaya la semana que
viene. Ya lo descubrí: no es por mucho soñarlos que los sueños se convierten
en realidad. ¿No será que me agarré un sueño equivocado? ¿Qué estuve soñando un
sueño que no era el mío? Mi hermana no
es Nadia, pero está federada y yo no pasé los metropolitanos. ¿Soñará ella lo
mismo que yo, o andará detrás de sus propios sueños perdidos?
Noviembre 2013. Miércoles.
Empiezo a despertarme. El sol entra cada día más temprano en
el cuarto. Empujo a los chicos que otra vez se pasaron a nuestra cama. Los miro:
¿qué estarán soñando? Tengo una
sensación de levedad en el cuerpo y me estiro un poco. Entonces siento los
restos del sueño que estuve soñando. Me levanto y vuelvo a acostarme, ahora
entre los chicos. Todavía podemos dormir un poco más y no quiero que se les
mezclen los sueños. Cierro los ojos. Todavía sueño que vuelo.

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