En ese texto, García Márquez habla del poder de la palabra, su capacidad de salvarnos (poéticamente ejemplificada en una anécdota de su infancia), de la necesidad de aflojar las normas que aprietan nuestra lengua latinoamericana y, también, de la posibilidad infinita y necesaria de crear palabras.

Por eso, durante unos días, nos dedicamos a inventar palabras. Las metimos en una botella, como hubiera querido García Márquez, y no la tiramos al río por no ensuciar más nuestras aguas; pero la entrerramos en donde hoy funciona la librería La huella.
Dejamos una huella en La huella. Dejamos ahí nuestras palabras inventadas: ventaniar, suspichosa, anafable, cieliar, sortífero, marmita, entre otras.
Tal vez, para entonces, alguna de ellas ya esté incorporada a su lengua.






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