Está parado en el muelle. Lleva
de la mano a su novia. La lleva, o es llevado, no es fácil saberlo. De
cualquier manera, las manos están muy apretadas, se estrujan, se repasan. Él
saluda a gente que no ve hace tiempo, gente importante pero que no ve hace tiempo.
Está peinado con gel y tiene una camisa impecable que habrá planchado él mismo,
o alguien que lo quiere. Pero no importa que lleve una camisa limpia o un
peinado que le habrá tomado un buen rato frente al espejo para estar bien, para
estar prolijo; porque en realidad, Ricardo está vestido de héroe.
Todo héroe es héroe de sí mismo,
dijo alguien, y Ricardo viene a contar que él puede, hasta ahora, serlo.
Hace seis meses que terminó un
tratamiento en la isla a la que hoy vuelve de visita. Se suspende la clase
porque el compañero viene a contar que alguien, él, todavía puede. Contra los
chicos de la esquina, contra la fácil, contra el trabajo que no sale, contra
las ganas, contra él, él todavía puede.
Ricardo habla con pausa y
respeto. Resucita historias en otros: cuentos de gritos, golpes y llanto. Pero
no “llanto” en sustantivo abstracto, sino el otro, el que se imagina con tanta
precisión que casi moja. El llanto de un hombre-niño que es como el jugo que
sale de algunas cosas cuando se quiebran.
Alguien me pregunta si estoy emocionada. Miento.Tengo ganas de llorar. Llorar sobre el hombro de Ricardo. Decirle que por favor
siga, que perdone este mundo, que lo aguante.
Todo hombre es héroe de sí mismo, pero hay héroes más
difíciles de ser que otros.
Una historia entrañable, Flor, me emocionó.
ResponderEliminarBesos.
Gracias Mirella!
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