Hace un par de días publiqué que me gusta cuando la literatura me hace reír. Pero la literatura, claro, es como la vida porque es parte de ella. Y ya se sabe, la vida también es lo otro. Por eso hoy, domingo gris y frío, termino de leer Lo que no
tiene nombre de Piedad Bonnett y me siento tan lejos de la risa.
Hace unos minutos cerré el libro. Como otras veces, me queda la sensación de haber crecido un
poco, pero esta vez no sé si es hacia arriba o hacia abajo.
En Lo que no tiene nombre el
dolor es tan cercano que da miedo, malestar, vértigo. En su libro, Piedad Bonnett habla de lo imposible, lo inconcebible, lo feroz y sin embargo real.
Lectora, poeta y madre, Bonnett hace lo imposible: una crónica tan precisa como poética de la enfermedad y muerte de su hijo Daniel. Le rinde el único homenaje posible para ella, un homenaje de colores y palabras.
Un lector que termina un libro se parece a veces a un hombre
que mira -sentado e impotente- cómo la distancia se traga el avión, el
barco, el auto que se lleva a un ser querido.
De regreso a su vida, el hombre revuelve papeles,
fotos y objetos del que se fue, tratando de recuperar algún fragmento de esa
visión.
Revolviendo cosas, encontré este blog que los amigos de
Daniel Segura Bonnett armaron para presentar sus dibujos.
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