Si leer es una forma de felicidad como decía Borges, leer en ciertos lugares es una forma multiplicada.
Terminé El reflejo de las palabras de Kader Abdolah (Irán, 1954), una novela sobre el silencio, la escritura, el destino, los padres, los hijos.
Leí las últimas páginas acá, ahora, en el marco inmejorable de esta postal, pero si es cierto que las novelas nos llevan a lugares y tiempos adonde nunca hemos estado, diré también que ya conozco algunas calles de la ciudad de Seneyan, una mezquita y una cueva en el monte del Azafrán.
La novela de Abdolah (a veces prosa poética) cuenta la vida de un hombre sordomudo que se dedica a reparar alfombras en su aldea natal y otros pueblos alrededor del monte del Azafrán, en la frontera de Irán con la Unión Soviética. Cuenta también la historia de su hijo Ismail, uno de los narradores del relato, durante los tumultuosos anos sesenta en Teheran. Ismail, estudiante de física y militante en contra del régimen de su país, emprende la "traducción" de los diarios de su padre, traducción que es en verdad escritura. En este juego de reflejos que da nombre a la novela, Ismail escribe la historia de su padre, de su país y la suya propia.
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